En los próximos días debe producirse un acuerdo decisivo para el rumbo de la democracia. El espacio en el que dicho acuerdo ha de tener lugar es la Comisión de Gobierno de la Asamblea Legislativa, y la ocasión es el primer debate del proyecto que incluye una quinta papeleta en las elecciones de mayo de 2004. Junto a la elección del Presidente de la República, los legisladores, los alcaldes y los representantes de corregimientos, el electorado podrá expresar, además, su opinión sobre si desea o no que el país adopte una nueva Constitución.
Examinemos algunas rutas probables que pudieran emprender los actores del llamado juego de la política al momento de abordar el delicado parlamento. El primer escenario es el del acuerdo logrado. Todas las fuerzas políticas participan de la deliberación y plantean sus respectivos puntos de vista. Reafirman su compromiso con la democracia, porque es entre otras cosas el sistema que garantiza que todos pueden expresar su opinión con libertad y trabajar por el bienestar del pueblo.
Algunos, los más cultivados en materia política, señalarán que la democracia panameña está incompleta, porque la sociedad reclama una mayor participación en las acciones importantes del Estado panameño; otros recordarán que los partidos existen porque vivimos en democracia, y no al revés; es decir, no vivimos en democracia gracias a que existen los partidos. La conclusión es que el impulso a una sana vida democrática redundará en el fortalecimiento de los colectivos políticos.
Finalmente, habrá algunos pocos que recurrirán a una inusual vehemencia para declarar una vez más -pues ya lo han hecho antes- que su trayectoria de rectitud y pulcritud los lleva a apoyar lo que es la más preciada aspiración del pueblo panameño en estos momentos, que es la convocatoria a una Constituyente. Los que tengan una sensibilidad por la historia, se referirán a cómo, con la devolución de la vía interoceánica a manos panameñas y el retiro de las bases militares estadounidenses, Panamá inició una nueva etapa en su historia y la Constituyente no es más que el instrumento idóneo para proceder a la refundación de la República.
Esta sinfonía de voces es observada desde las gradas del hemiciclo legislativo y en las pantallas chicas de miles de hogares panameños. La siguen los taxistas y los que van al volante por la radio y todos nos enteramos de que se acerca una época en la que vamos a tener que trabajar juntos, sin egoísmos, en la construcción de una sociedad mejor.
En este escenario del acuerdo logrado, los candidatos presidenciales que se sientan con más opciones de alcanzar la victoria en el próximo torneo electoral sentirán que su compromiso por lograr la transformación positiva del país será impulsado hacia delante por la labor misma de la Constituyente, lo que hará su labor aún más eficaz. Como todos los candidatos han firmado las libretas del Comité Ecuménico, ninguno encontrará excusa para no apoyar decididamente la adopción de la quinta papeleta. Las organizaciones de la sociedad civil respaldan el proyecto aprobado.
El segundo escenario posible es el del acuerdo fallido. Una pesada batería de frivolidades y sofismas obstaculiza la discusión del proyecto: se cuestiona a la Iglesia porque se mete donde no debe; se acusa al Tribunal Electoral por imprimir libretas que la Ley no le ordena; se recuerda que hay un principio del derecho público que dice que las autoridades no pueden hacer sino aquello que está expresamente mandado por la Constitución y las leyes, y ni una ni otra autorizan a incluir la quinta papeleta; que habrá mucha confusión, que el pueblo no entenderá, que no sabe ni siquiera qué es una Constitución; que no habrá tiempo para que todos puedan votar con todas las papeletas; que es inconstitucional; que se ahuyentan las inversiones -como si los escándalos de moda no las ahuyentasen-; que el mal está en la fiebre no en la sábana, lo que significa que la Constitución es buena y la gente mala; que la Constituyente será igual de mala que la Asamblea (¿?), porque la gente no escoje bien; que primero resolvamos todos los demás problemas, el desempleo, la pobreza, la corrupción, y que cuando todo esté resuelto, entonces podemos darnos el lujo de una nueva Constitución.
Esto es lo que lo que los medios reportan, pero en la oscuridad de la trastienda otro es el lenguaje. Se habla de que no van a permitir que nadie entorpezca el próximo triunfo electoral; de que hay que presionar a los curas para que dejen de estar promoviendo esta ñamería; de que si viene una Constituyente ya no van a poder controlar las cosas como hacen ahora; que hay que evitar la Constituyente a toda costa porque le van a meter la mano al Canal y esto no se puede permitir de ninguna manera, ya que en el próximo período se harán los trabajos de ampliación y el flujo multimillonario de dólares se vería entorpecido por los burócratas y los políticos, todos pidiendo coimas.
Los candidatos presidenciales firmaron las libretas del Comité Ecuménico, pero algunos de ellos sólo lo hicieron como una operación de simpatía, para ganar aceptación, y sumar futuros votos, no porque de veras crean que el país necesita un nueva Constitución. La gente ve la diferencia entre lo que se hace y lo que se dice que se hace, y siente el malestar, cuyas dimensiones no son fáciles de precisar, del que se siente burlado. La frustración y el desánimo van formando una pesada atmósfera que se mezcla con la desconfianza y el descreimiento masivo.
El tercer escenario es el de la componenda. Discursos van, discursos vienen; sin embargo, ninguno dice lo que verdaderamente cree, ni hace lo que dice. En la privacidad de los despachos se comienza a gestar un entendimiento entre las fuerzas decisivas. De ese acuerdo no se enterará nadie nunca. Lo que se observará públicamente es que se han torcido las instituciones y se han hecho malabarismos con las palabras para que no se obtengan resultados claros e incontrovertibles. Tras la aprobación de un proyecto de ley muy distinto al presentado, "engaño" y "burla al pueblo" son las palabras que recojen los periódicos, citando a voceros de la sociedad civil.
Ante una situación de confusión y de mensajes contradictorios la gente siente que nada bueno resultará, porque hay una trampa escondida. Aumentan los niveles de descrédito de las instituciones, y no son pocos los ciudadanos que señalan a los partidos políticos como la principal fuente de corrupción y el mayor de los obstáculos para el desarrollo de la democracia. Estos ciudadanos se sentirán cada vez más inclinados a favorecer una opción que se comprometa con algunos temas sustantivos de la democracia, aunque se pase por encima de los ritos formales. En la misma medida como el acuerdo político genera reacciones de refuerzo del sistema político, la componenda hace que los actores sociales destilen sustancias tóxicas que pueden ser gravemente dañinas para todo el sistema, hasta el punto de hacer peligrar su sobrevivencia.
Todos los que votan en la Asamblea Legislativa pertenecen a partidos políticos, cuya afiliación oscila alrededor del 60 % de la población con derecho a voto. El proyecto que deben acuerpar requiere que antepongan el bienestar del 100 % de la población total y dejen en segundo término la suerte inmediata de sus respectivos colectivos. Los partidos políticos tienen una responsabilidad ineludible con el futuro político del país y deben asumir el proyecto de renovación que se abre con la Constituyente como un proyecto político propio y no como un favor que le hacen a la sociedad civil.
El futuro inmediato de la democracia panameña radica en la diferencia que existe entre el acuerdo y la componenda.
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El Panamá América, Martes 16 de diciembre de 2003